viernes, 22 de octubre de 2010

Hoy va de cuentos.

Érase una vez un sentimiento que salió de un cerebro...o, no, de un corazón. Vagó y vagó por el mundo, pero no encontró refugio en lugar alguno. Otros de su especie con nombre propio, como el odio, el egoísmo, el orgullo, el desprecio, etc., lo atosigaban y lo maltrataban. Hasta que un día halló un lugar donde cobijarse. El continente no era lujoso, ni extremadamente bello, ni siquiera rebosaba simpatía. Pero allí estaba su estación.
El cerebro encargado de dirigir aquel cuerpo, no estaba dispuesto a admitir aquella intromisión en su espacio privado. Pero, el corazón se negó a expulsarlo. Y, allí permaneció, con el interior del cráneo siempre vigilante. Con el miedo de que ese no constituyese su destino final. No obstante, el tiempo se alió con el AMOR, y aquel ser apático y abatido por anteriores desencuentros, desarrolló alas de gigante. Alas que le dieron paz, sosiego, tranquilidad... Y el placer de vivir en libertad. La libertad que trajo consigo el AMOR.

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