En primer lugar, felicito desde aquí a Vargas LLosa. Independientemente de sus ideas políticas, de sus posturas ante diferentes asuntos, se lo merece. Porque cada vez que un escritor recibe un nobel, ha de loársele. Sobre todo, cuando su vehículo para publicar es la lengua española.
Escribir es un arte. Es verdad que, en ocasiones, los empujones de la sociedad, de una profesión pública, o una vida un tanto azarosa consienten que cualquiera escriba(o pague para que se lo hagan), y saque al mercado una obra. Seguramente, el escritor que se deja la imaginación, la vista, las cervicales, el cerebro y el sueño convirtiendo imágenes en palabras, encajando hechos históricos en narraciones de ficción o hilando hechos reales para después novelarlos, no verá con buenos ojos esta competencia. Pero tampoco los libreros de toda la vida, los que conocen cada obra que venden, los que se deleitan con el roce de las hojas, estarán satisfechos cuando ven que en los hipermercados los libros se ponen de oferta o se venden por kilos.
En definitiva, yo me alegro cuando los premios son concedidos a personas trabajadoras, que hacen de su trabajo un placer. Que ponen al lector como meta de su esfuerzo, y que lloran o ríen con sus propias historias transmitiéndonos así su sensibilidad.
Felicidades a Vargas LLosa porque va a llegar a rincones donde todavía no había llegado. Felicidades por usar las letras para construír palabras que levantan obras de ingeniería intelectual.
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