jueves, 17 de diciembre de 2009

aquellas navidades

Aquellas Navidades pasadas. No eran mejores, pero son parte de mis recuerdos. El mismo regalo de Reyes dos años seguidos: un juego de café, que posaba desafiante en el escaparate de la única tienda del pueblo. Aún así, era un consuelo. No tenía nada que ver con aquellos esquís de ruedas que tanto deseaba, o la bicicleta que me apasionaba. Ni parecido con el piano de juguete que reposaba en un rincón de la casa de los abuelos de mi mejor amiga para adornar el rincón. Pero era un juguete. Ese juguete que me hizo sospechar con tan solo siete años que los Reyes no eran más que un cúmulo de casualidades y errores de los mayores. Y un trabajo laborioso y fascinante en otros casos(que no en el mío). Aquellas Navidades del mazapán de la serpiente en la maravillosa y lujosa caja que lo contenía. Y del cual, yo solo me comía aquellos ojos plateados para luego ver la imagen menos amable de la culebra. No tentaba a nadie y era fruto de ofrecimientos a vecinos o amigos de mi familia en un intento por deshacerse de ella sin tener pena por tirar un manjar tan exquisito para otros paladares.Era también el mismo presente de todos los años de una madrina que yo tenía y no conocí en ocho años por residir ella en un país extranjero. Después de la cena de Nochebuena, en la mesa no podía faltar el plato de comida que al día siguiente aparecería intacto y que iba dirigido a las ánimas del purgatorio. Debían de estar tan ocupadas en sus juicios que no se pasaban ninguna de las Nochebuenas que yo recuerdo para comer o beber lo que para ellas dejaban las almas vivas embargadas de la magia de nuestra tierra. Ya he crecido mucho desde esas Navidades, pero sigo conservando en un rincón de mi vida aquellas vivencias. Porque, en el fondo me han concedido la herencia de la magia, de la esperanza, de desear que otras mejoren las presentes. Permitid que la entrada del pasado en vuestro presente para rescatar de él lo que merece la pena. Solo lo que merece la pena.

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